martes, 30 de abril de 2013

Cuando me hablan del destino cambio de conversación.



El último encuentro. 
──Porque en la vida de un hombre no solo ocurren las cosas [...] Uno también construye lo que le ocurre. Lo construye, lo invoca, no deja escapar lo que le tiene que ocurrir. Así es el hombre. Obra así incluso sabiendo o sintiendo desde el principio, desde el primer instante, que lo que hace es algo fatal. Es como si se mantuviera unido a su destino, como si se llamaran y se crearan mutuamente. No es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestra vida, no. La fatalidad entra por la puerta que nosotros mismos le hemos abierto, invitándola a pasar. No existe ningún ser humano lo suficientemente fuerte e inteligente para evitar mediante palabras o acciones el destino fatal que le deparan las leyes inevitable de su propia naturaleza y carácter. 
Sándor Márai

martes, 16 de abril de 2013

Por eso, no has de extrañarte si, alguna noche, borracho, me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.


El ultimo encuentro. 
El compañerismo y la camaradería adquieren en ocasiones el aspecto de la amistad. Los intereses en común pueden producir situaciones humanas que se parecen a la amistad. También la soledad hace que las personas se refugien en relaciones más íntimas: al final se arrepienten, aunque al principio crean que esa intimidad es ya una forma de amistad. Claro, todo esto no tiene nada que ver con la verdadera amistad. Uno está convencido, y mi padre todavía lo entendía así, de que la amistad es un servicio. Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena vivir, si vale la pena ser hombre sin un ideal así. Y si un amigo nuestro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una recompensa? ¿No sería obligatorio aceptar al amigo desleal de la misma manera que aceptamos al abnegado y fiel? ¿No sería justamente la abnegación la verdadera esencia de cada relación humana, una abnegación que no pretende nada, que no espera nada del otro? ¿Una abnegación que cuanto más da, menos espera a cambio? Y si uno entrega a alguien toda la confianza de su juventud, toda la disposición al sacrificio de su edad madura y finalmente le regala lo máximo que un ser humano puede dar a otro, si le regala toda su confianza ciega, sin condiciones, su confianza apasionada, y después se da cuenta de que el otro le es infiel y se comporta como un canalla, ¿tiene derecho a enfadarse, a exigir venganza? Y si se enfada y pide venganza, ¿ha sido un amigo él mismo, el engañado y abandonado? ¿Ves?, este tipo de cuestiones teóricas me han ocupado desde que me quedé solo. Por supuesto que la soledad no me ha dado la menor respuesta. 
Sandor Marai