miércoles, 26 de febrero de 2014

"Te hubiera dado más de lo que me robas" le dije al norte cuando me fui pa´l sur.


La tregua.
Jueves 21 de febrero
Esta tarde, cuando venía de la oficina, un borracho me detuvo en la calle. No protestó contra el gobierno, ni dijo que él y yo éramos hermanos, ni tocó ninguno de los innumerables temas de la beodez universal. Era un borracho extraño, con una luz especial en los ojos. Me tomó de un brazo y me dijo, casi apoyándose en mí: “¿Sabés lo que te pasa? Que no vas a ninguna parte”. Otro tipo que pasó en ese instante me miró con una alegre dosis de comprensión y hasta me consagró un guiño de solidaridad. Pero ya hace cuatro horas que estoy intranquilo, como si realmente no fuera a ninguna parte y sólo ahora me hubiese enterado.
 Mario Benedetti

sábado, 1 de febrero de 2014

Y, al despertar, te voy a contar cositas al oído.

Las ciudades invisibles.
El Gran Kan posee un atlas donde todas las ciudades del imperio y de los reinos circunvecinos están dibujadas palacio por palacio y calle por calle, con los muros, los ríos, los puentes, los puertos, las escolleras. Sabe que de los informes de Marco Polo es inútil esperar noticias de aquellos lugares que por lo demás conoce bien: cómo en Cambaluc, capital de la China, hay tres ciudades cuadradas, una dentro de la otra, con cuatro templos cada una y cuatro puertas que se abren según las estaciones; cómo en la isla de Java se enfurece el rinoceronte hace estragos cargando con su cuerno asesino; cómo se pescan las perlas en el fondo del mar, en las costas de Malabar.
Kublai pregunta a Marco:
—Cuando regreses al Poniente, ¿repetirás a tu gente los mismos relatos que me haces a mí?
—Yo hablo, hablo —dice Marco— pero el que me escucha retiene sólo las palabras que espera. Una es la descripción del mundo a la que prestas oídos benévolos, otra la que dará la vuelta de los corrillos de descargadores y gondoleros en los muelles de mi casa el día de mi regreso, otra la que podría dictar a avanzada edad, si cayera prisionero de piratas genoveses y me pusieran al cepo en la misma celda junto con un escritor de novelas de aventuras. Lo que comanda el relato no es la voz: es el oído.
Italo Calvino.