Costa Ardiente
Cierto atardecer,
ella y Centaine se quedaron atrás, pues O'wa se había adelantado en
busca de un sitio donde recordaba que los avestruces solían
depositar sus huevos. Las dos discutían amistosamente.
—¡No, no, Niña
Nam! ¡No debes sacar dos raíces del mismo lugar! Siempre debes
dejar una antes de excavar otra vez. ¡Ya te lo he dicho! —la
regañó la anciana.
—¿Por qué?
—preguntó Centaine, incorporándose; al apartarse los gruesos
rizos de la frente, dejó un manchón sudoroso de barro en la piel.
—Porque debes
dejar una para los niños.
—Vieja tonta. No
hay niños.
—Ya los habrá.
—H’ani señaló significativamente el vientre de la muchacha—.
Ya los habrá. Y si no les dejamos nada, ¿qué dirán de
nosotros cuando pasen hambre?
—¡Pero hay tantas
plantas! — protestó la joven, exasperada.
—Cuando O'wa
encuentre el nido de avestruz, dejará algunos huevos. Cuando tú
encuentres dos raíces, dejarás una. Así tu hijo crecerá fuerte y
sonreirá al repetir tu nombre a sus hijos.
Wilbur Smith.