Una casa con goteras.
Asimismo, ahora se
hallaba contemplando los caprichosos meandros que formaba el río
Ebro desde que sale de Zaragosa. Las curvas del rio doblan en un
sentido o en otro, forman pequeñas islas, se ensancha de pronto,
como si quisiese inundar los campos, y otras veces se estrecha entre
dos taludes de tierra blanca. El tren lo va siguiendo y como jugando
con él, aproximándose aveces peligrosamente hasta sus orillas,
apartándose otras como si lo abandonase definitivamente, para
volverlo a encontrar en la próxima vuelta, y en alguna ocasión
pasando sobre él por un puente, con gran algazara de hierros y
maderas. Y, sin embargo, no juegan. Lo hacen así porque no les queda
otro remedio, porque le tren lleva debajo unos carriles que le
obligan a seguir un camino invariable, y el río un cause del que no
se puede apartar. ¿Seremos así nosotros? ¿Será posible que nos
creamos dueños de nuestros actos, que estamos jugando a hacer
nuestra voluntad y, sin embrago, no hagamos otra cosa que seguir
estúpidamente un camino? Sebastián apartó rápidamente de si esta
idea porque no era fatalista en absoluto. Ni siquiera el haber tenido
que madrugar lo obligaría a serlo. Ésta era la faceta menos pagana
de su epicureísmo. No es el destino, sino nosotros mismos —pensaba—
quien fabrica los carriles, los causes y las cadenas, los
convencionalismos, los prejuicios, la intransigencia, el qué dirán.
El río sigue su lecho, el tren sus raíles y Pérez va todos los
días a su oficina a las nueve y dice cortésmente“Buenos días”
al jefe, que le contesta o no poniéndole cara de vinagre, sin que
sepa nunca por qué. Pero si quieren pueden alterar la rutina
cualquier día y el río puede salirse de madre y presumir de mar
dejando debajo de sus aguas casas, trigo, coles y patatas; el tren
puede descarrilar y Pérez puede cansarse de ver la cara de vinagre
de su jefe y partirle el páncreas de una puñalada. Pero entonces
todo el mecanismo coercitivo que los mismos hombres han construido
empezará a funcionar y a los tres les empezarán a pasar cosas. Lo
primero de todo aparecerán los tres en los periódicos, que es la
picota que la sociedad mantiene para los que se apartan del camino
trazado. Luego al río le pondrán muros en las orillas, al tren le
quitarán las unidades descarriladas y le reforzaran las traviesas y
a Pérez lo meterán en la cárcel por unos cuantos años. Todo ello
les dificultará extraordinariamente en lo sucesivo el tomarse
libertades. Pero habrán demostrado que eso del destino es una filfa
y que es la mar de fácil darle un corte cuando a uno se le antoja.
Santiago Lorén.