jueves, 18 de junio de 2015

Quién sabe, Alicia, este país no estuvo hecho porque sí...



Through the Looking Glass
'Can you keep from crying by considering things?' she asked.
'That's the way it's done,' the Queen said with great decision: 'nobody can do two things at once, you know. Let's consider your age to begin with — how old are you?'
'I'm seven and a half, exactly.'
'You needn't say "exactly",' the Queen remarked. 'I can believe it without that. Now I'll give you something to believe. I'm just one hundred and one, five months and a day.'
'I can't believe that!' said Alice.
'Can't you?' the Queen said in a pitying tone. 'Try again: draw a long breath, and shut your eyes.'
Alice laughed. 'There's no use trying,' she said 'one can't believe impossible things.'
'I daresay you haven't had much practice,' said the Queen. 'When I was your age, I always did it for half-an-hour a day. Why, sometimes I've believed as many as six impossible things before breakfast.
Lewis Carroll

sábado, 30 de mayo de 2015

Hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella.


Ellos III
Me he pasado la vida entre las damas de la noche. Quien las critica no las conoce. Hay más solidaridad en una velada interminable de música y alcoholes que en un acto de caridad entre damas de alcurnia que tasajean con la mirada el vestido de la recién llegada o los zapatos en desuso de la compañera caída en desgracia.
Mi verdadero hogar son esas horas entre las dos y las cinco de la mañana, cuando el borracho te dice que eres su hermano y la puta vieja te trata con el cariño que nunca te dio la tía que deseabas. Hay hombres y mujeres que tenemos alma de burdel. No es la bebida ni el sexo; tampoco la iluminación mortecina o la música de mal gusto. Esos son solo datos escenográficos, el ecosistema donde prospera nuestra especie, el lugar en que habitamos con otros miembros de esa familia en la que no se acostumbran los reproches por cantar desafinado o caminar a trompicones.
Hay quienes viven para el fútbol o para el golf, para satisfacer al cura o dar gusto a su padre; hombres y mujeres anodinos que cumplen a rajatabla las rutinas del día con la rigurosidad monótona del que da lustre a los barrotes de su celda. Seres humanos convertidos en uno más de los animales domésticos de casa.
Yo digo que hay más espontaneidad en un antro de mala muerte que en esas vidas deslactosadas, comprimidas por el reloj de afuera y la cobardía de adentro.
Los hombres a quienes nos gusta la bohemia lo tenemos fácil. Nada impide dedicarnos a nuestra pasión tres o cuatro noches por semana, más allá de los reproches que hace tiempo dejamos de oír.
Las mujeres bohemias, en cambio, lo tienen más difícil: a ellas les llaman putas. El único pecado de estas damas es pertenecer a nuestra especie. Animales de la noche, flores nocturnas que solo se abren al compás de un piano desafinado y al destello intermitente de las luces de neón.
Me dirán que estoy romantizando. Quizá; tantos años de boleros y todo el repertorio de Agustín Lara no han sido en balde.
Y sin embargo, las hembras más admirables que he conocido proceden de este mundo huérfano de sol. Los nombres más amados nunca fueron reales: Amarilda, Zéfira y Zulma eranmotes artísticos pero las mujeres que los portaban eran más auténticas que Patricia, Marta y Susanita, los esperpentos de la vida diurna con quienes alguna vez pretendí emparejarme.
Amarilda era la luna; pálida y brillante, generosa en sus redondeces. El sarcasmo en la punta de la lengua, los ojos dadivosos y la mano presta para la caricia oportuna. La misma habilidad para bajar los humos a un gallito encrespado que para levantar el ánimo de un parroquiano abatido. Murió hace años, luego de un aborto mal cuidado.
De Zéfira siempre recuerdo elescote abismal y la dureza del seno en tiempos previos al silicón. La mejor de las compañeras en una mesa de juerga. Un hígado galvanizado y la voz ronca y afinada hacían de toda velada un largo homenaje a José Alfredo Jiménez. Hermosa e inolvidable. Hace dos años la vi una madrugada ofreciéndose en una calle de Tepito. Preferí no acercarme; contrajo el sida hace tiempo. Me dio gusto que siguiera viva.
Zulma podía haber sido psiquiatra. Hablaba muy poco, no cantaba y pocas veces se levantaba a bailar. No obstante, por alguna razón era la preferida de todo cliente cuando había que desahogar las penas. Enfundada en su vestido blanco de bolitas negras y con los labios delgados pintados de rojo carmesí, te tomaba de la mano y te escuchaba sin pestañear, como si estuvieras en una burbuja o en un confesionario. Tenía una sabiduría innata para saber si luego del desahogo requerías una caricia de novia parvularia o un apretón en la verga. Luego supe que un hombre la mató a golpes no hace mucho.
Mujeres admirables las damas de la noche. Aunque ahora que lo pienso, no me explico por qué siempre acaban tan mal.
C. S. Líder del sindicato
ferrocarrilero. Senador de la República

Jorge Zepeda Patterson. Milena o el fémur más bello del mundo.

miércoles, 8 de abril de 2015

La revolución no se equivoca, pensé, pues si están repartiendo machetes algo habrá que cortar, algo habrá que defender, y a alguien habrá que matar.

Lección de Domingo
El hombre no se atrevía a ocupar el asiento de la señorita Marta. Eso se veía. Por lo menos así lo pensé. Supongo que le daba vergüenza por timidez o por temor al ridículo. De pie, examinó los papeles y cuadernos- nuestros cuadernos - que se hallaban sobre la mesa. Tomó uno, lo hojeó y, al detenerse en una página, trató de sonreír. Debió leer el nombre del dueño, escrito en la cubierta,con la linda y cuidadosa letra de la señorita Marta. "¿Quién es Roberto Collazos?", preguntó, todavía con el cuaderno entre las manos. Todos volvimos a mirar a Collazos. Y Collazos se levantó del banco. "Yo", dijo. La raya de sol que entraba por una de las ventanas y caía sobre la negra cabeza de Collazos, me permitió calcular que serían aproximadamente las cuatro de la tarde, pues yo había notado que a esa hora, siempre, en los días de buen sol, aparecía una franja de luz y de polvo, proyectada desde el cielo como un reflector. "¿Con que usted es Collazos?". "Sí señor". "Está bien. Siéntese". El hombre siguió mirando los cuadernos. "¿Y quién es Cepeda?". Y Cepeda se levantó, como lo había hecho Collazos. "Y ¿quién es Gregorio Villarreal?". Y Gregorio hizo lo mismo que Cepeda y Collazos. "Y ¿quién es Inocencio Cifuentes?". Me incorporé. Y sentí que la cara se me llenaba de calor. No dije nada. No dije como los demás: "yo, señor". El hombre se quedó mirándome con simpatía. "Yo también soy Cifuentes", dijo. Todos reímos, inclusive el pequeño Pablito Mancera a quien, tal vez, le había pasado ya el miedo. El hombre continuó su juego. Y se divertía evidentemente. Y nosotros empezamos a divertirnos también. Uno a uno fuimos respondiendo al llamado que se nos hacía. Se oyeron de nuevo algunas risas cuando le tocó el turno a Benito Díaz quien tartamudeaba un poco. Y el hombre rió a su vez, jovialmente. Empezábamos a olvidar a la señorita Marta. Empezábamos a olvidar que se la habían llevado los otros dos. Y que los tres entraron, bueno, como ladrones. Empezábamos a olvidar que debajo de los sacos, colgados del cinturón, estaban los revólveres. Empezábamos a olvidar la guerra entre revolucionarios y gobiernistas.
Hernando Tellez

sábado, 21 de marzo de 2015

Los semáforos me dan tres luces celestes.

Ideario
Me da vértigo el punto muerto
y la marcha atrás,
vivir en los atascos,
los frenos automáticos y el olor a gasoil.
Me angustia el cruce de miradas
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.

Me da pena la vida, los cambios de sentido,
las señales de stop y los pasos perdidos.
Me agobian las medianas,
las frases que están hechas,
los que nunca saludan y los malos profetas.

Me fatigan los dioses bajados del Olimpo
a conquistar la Tierra
y los necios de espíritu.

Me entristecen quienes me venden kleanex
en los pasos de cebra,
los que enferman de cáncer
y los que sólo son simples marionetas.

Me aplasta la hermosura
de los cuerpos perfectos,
las sirenas que ululan en las noches de fiesta,
los códigos de barras,
el baile de etiquetas.

Me arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el paso obligatorio, las tardes de domingo
y hasta la línea recta.

Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran
a sus ideales sobre los de cualquiera.

Me cansa tanto tráfico
y tanto sinsentido,
parado frente al mar mientras que el mundo gira.

Francisco M. Ortega Palomares

martes, 3 de marzo de 2015

Como un montón de palabras cogiditas de un papel.


El hombre duplicado.
Hubo un tiempo en que las palabras eran tan pocas que ni siquiera las teníamos para expresar algo tan simple como Esta boca es mía, o Esa boca es tuya, y mucho menos para preguntar Por qué tenemos las bocas juntas. A las personas de ahora ni les pasa por la cabeza el trabajo que costó crear estos vocablos, en primer lugar, y quién sabe si no habrá sido, de todo, lo más difícil, fue necesario comprender que se necesitaban, después, hubo que llegar a un consenso sobre el significado de sus efectos inmediatos, y finalmente, tarea que nunca acabará de completarse, imaginar las consecuencias que podrían advenir, a medio y a largo plazo, de los dichos efectos y de los dichos vocablos. Comparado con esto, y al contrario de lo que de forma tan concluyente el sentido común afirmó ayer noche, la invención de la rueda fue mera bambarria, como acabaría siéndolo el descubrimiento de la ley de la gravitación universal simplemente porque se le ocurrió a una manzana caer sobre la cabeza de Newton. La rueda se inventó y ahí sigue inventada para siempre jamás, en cuanto las palabras, esas y todas las demás, vinieron al mundo con un destino brumoso, difuso, el de ser organizaciones fonéticas y morfológicas de carácter eminentemente provisional, aunque, gracias, quizá, a la aureola heredada de su auroral creación, se empeñan en pasar, no tanto por sí mismas, sino por lo que de modo variable van significando y representando, por inmortales, imperecederas o eternas, según los gustos del clasificador. Esta tendencia congénita a la que no sabrían ni podrían resistirse, se tornó, con el transcurrir del tiempo, en gravísimo y tal vez insoluble problema de comunicación, ya sea la colectiva de todos, ya sea la particular de tú a tú, cómo se ha podido confundir galgos y podencos, ovillos y madejas, usurpando las palabras el lugar de aquello que antes, mejor o peor, pretendían expresar, lo que acabó resultando, finalmente, te conozco mascarita, esta atronadora algazara de latas vacías, este cortejo carnavalesco de latones con rótulo pero sin nada dentro, o sólo, ya desvaneciéndose, el perfume evocador de los alimentos para el cuerpo y para el espíritu que algún día contuvieron y guardaban. 
José Saramago.

jueves, 12 de febrero de 2015

Como es de público desconocimiento.

Desgana
Si cuarenta mil niños sucumben diariamente
en el purgatorio del hambre y de la sed
si la tortura de los pobres cuerpos
envilece una a una a las almas
y si el poder se ufana de sus cuarentenas
o si los pobres de solemnidad
son cada vez menos solemnes y más pobres
ya es bastante grave
que un solo hombre
o una sola mujer
contemplen distraídos el horizonte neutro

pero en cambio es atroz
sencillamente atroz
si es la humanidad la que se encoge de hombros.
El olvido está lleno de memoria. Mario Benedetti.