miércoles, 8 de abril de 2015

La revolución no se equivoca, pensé, pues si están repartiendo machetes algo habrá que cortar, algo habrá que defender, y a alguien habrá que matar.

Lección de Domingo
El hombre no se atrevía a ocupar el asiento de la señorita Marta. Eso se veía. Por lo menos así lo pensé. Supongo que le daba vergüenza por timidez o por temor al ridículo. De pie, examinó los papeles y cuadernos- nuestros cuadernos - que se hallaban sobre la mesa. Tomó uno, lo hojeó y, al detenerse en una página, trató de sonreír. Debió leer el nombre del dueño, escrito en la cubierta,con la linda y cuidadosa letra de la señorita Marta. "¿Quién es Roberto Collazos?", preguntó, todavía con el cuaderno entre las manos. Todos volvimos a mirar a Collazos. Y Collazos se levantó del banco. "Yo", dijo. La raya de sol que entraba por una de las ventanas y caía sobre la negra cabeza de Collazos, me permitió calcular que serían aproximadamente las cuatro de la tarde, pues yo había notado que a esa hora, siempre, en los días de buen sol, aparecía una franja de luz y de polvo, proyectada desde el cielo como un reflector. "¿Con que usted es Collazos?". "Sí señor". "Está bien. Siéntese". El hombre siguió mirando los cuadernos. "¿Y quién es Cepeda?". Y Cepeda se levantó, como lo había hecho Collazos. "Y ¿quién es Gregorio Villarreal?". Y Gregorio hizo lo mismo que Cepeda y Collazos. "Y ¿quién es Inocencio Cifuentes?". Me incorporé. Y sentí que la cara se me llenaba de calor. No dije nada. No dije como los demás: "yo, señor". El hombre se quedó mirándome con simpatía. "Yo también soy Cifuentes", dijo. Todos reímos, inclusive el pequeño Pablito Mancera a quien, tal vez, le había pasado ya el miedo. El hombre continuó su juego. Y se divertía evidentemente. Y nosotros empezamos a divertirnos también. Uno a uno fuimos respondiendo al llamado que se nos hacía. Se oyeron de nuevo algunas risas cuando le tocó el turno a Benito Díaz quien tartamudeaba un poco. Y el hombre rió a su vez, jovialmente. Empezábamos a olvidar a la señorita Marta. Empezábamos a olvidar que se la habían llevado los otros dos. Y que los tres entraron, bueno, como ladrones. Empezábamos a olvidar que debajo de los sacos, colgados del cinturón, estaban los revólveres. Empezábamos a olvidar la guerra entre revolucionarios y gobiernistas.
Hernando Tellez

No hay comentarios: