Lección de Domingo
El
hombre no se atrevía a ocupar el asiento de la señorita Marta. Eso
se veía. Por lo menos así lo pensé. Supongo que le daba vergüenza
por timidez o por temor al ridículo. De pie, examinó los papeles y
cuadernos- nuestros cuadernos - que se hallaban sobre la mesa. Tomó
uno, lo hojeó y, al detenerse en una página, trató de sonreír.
Debió leer el nombre del dueño, escrito en la cubierta,con la linda
y cuidadosa letra de la señorita Marta. "¿Quién es Roberto
Collazos?", preguntó, todavía con el cuaderno entre las manos.
Todos volvimos a mirar a Collazos. Y Collazos se levantó del banco.
"Yo", dijo. La raya de sol que entraba por una de las
ventanas y caía sobre la negra cabeza de Collazos, me permitió
calcular que serían aproximadamente las cuatro de la tarde, pues yo
había notado que a esa hora, siempre, en los días de buen sol,
aparecía una franja de luz y de polvo, proyectada desde el cielo
como un reflector. "¿Con que usted es Collazos?". "Sí
señor". "Está bien. Siéntese". El hombre siguió
mirando los cuadernos. "¿Y quién es Cepeda?". Y Cepeda se
levantó, como lo había hecho Collazos. "Y ¿quién es Gregorio
Villarreal?". Y Gregorio hizo lo mismo que Cepeda y Collazos. "Y
¿quién es Inocencio Cifuentes?". Me incorporé. Y sentí que
la cara se me llenaba de calor. No dije nada. No dije como los demás:
"yo, señor". El hombre se quedó mirándome con simpatía.
"Yo también soy Cifuentes", dijo. Todos reímos, inclusive
el pequeño Pablito Mancera a quien, tal vez, le había pasado ya el
miedo. El hombre continuó su juego. Y se divertía evidentemente. Y
nosotros empezamos a divertirnos también. Uno a uno fuimos
respondiendo al llamado que se nos hacía. Se oyeron de nuevo algunas
risas cuando le tocó el turno a Benito Díaz quien tartamudeaba un
poco. Y el hombre rió a su vez, jovialmente. Empezábamos a olvidar a la señorita Marta. Empezábamos
a olvidar que se la habían llevado los otros dos. Y que los tres
entraron, bueno, como ladrones. Empezábamos a olvidar que debajo de
los sacos, colgados del cinturón, estaban los revólveres.
Empezábamos a olvidar la guerra entre revolucionarios y
gobiernistas.
Hernando
Tellez
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