Ellos
III
Me
he pasado la vida entre las
damas de la noche. Quien las critica no
las conoce. Hay más solidaridad en
una velada interminable de
música y
alcoholes que en un acto de caridad entre
damas de alcurnia que tasajean
con la mirada el vestido de la
recién
llegada o los zapatos en desuso de la
compañera caída en
desgracia.
Mi
verdadero hogar son esas horas entre las dos y las cinco de la
mañana, cuando el borracho te dice
que eres su hermano y la puta
vieja te
trata con el cariño que nunca te dio la
tía que
deseabas. Hay hombres y
mujeres que tenemos alma de burdel.
No es
la bebida ni el sexo; tampoco la
iluminación mortecina o la música
de
mal gusto. Esos son solo datos
escenográficos, el ecosistema
donde
prospera nuestra especie, el lugar en
que habitamos con otros
miembros de
esa familia en la que no se
acostumbran los reproches
por cantar
desafinado o caminar a trompicones.
Hay
quienes viven para el fútbol o
para el golf, para satisfacer al
cura o
dar gusto a su padre; hombres y mujeres anodinos que cumplen
a
rajatabla las rutinas del día con la
rigurosidad monótona del
que da lustre
a los barrotes de su celda. Seres
humanos convertidos
en uno más de los animales
domésticos de casa.
Yo
digo
que
hay
más
espontaneidad en un antro de mala
muerte
que
en
esas
vidas
deslactosadas, comprimidas por el
reloj de afuera y
la cobardía de
adentro.
Los
hombres a quienes nos gusta
la bohemia lo tenemos fácil. Nada
impide dedicarnos a nuestra pasión
tres o cuatro noches por semana,
más
allá de los reproches que hace tiempo dejamos de oír.
Las
mujeres bohemias, en cambio,
lo tienen más difícil: a ellas les
llaman
putas. El único pecado de estas damas
es pertenecer a
nuestra especie.
Animales de la noche, flores nocturnas
que solo se
abren al compás de un
piano desafinado y al destello
intermitente
de las luces de neón.
Me
dirán que estoy romantizando.
Quizá; tantos años de boleros y
todo el
repertorio de Agustín Lara no han sido
en balde.
Y
sin embargo, las hembras más
admirables que he conocido proceden
de este mundo huérfano de sol. Los
nombres más amados nunca
fueron
reales: Amarilda, Zéfira y Zulma eranmotes artísticos pero
las mujeres que
los portaban eran más auténticas que
Patricia,
Marta y Susanita, los
esperpentos de la vida diurna con
quienes
alguna
vez
pretendí
emparejarme.
Amarilda
era la luna; pálida y
brillante, generosa en sus redondeces.
El
sarcasmo en la punta de la lengua,
los ojos dadivosos y la mano
presta
para la caricia oportuna. La misma
habilidad para bajar los
humos a un
gallito encrespado que para levantar el
ánimo de un
parroquiano abatido.
Murió hace años, luego de un aborto
mal
cuidado.
De
Zéfira siempre recuerdo elescote abismal y la dureza del seno en
tiempos previos al silicón. La mejor de
las compañeras en una mesa
de juerga.
Un hígado galvanizado y la voz ronca y
afinada hacían
de toda velada un largo
homenaje a José Alfredo Jiménez.
Hermosa
e inolvidable. Hace dos años
la vi una madrugada ofreciéndose en
una calle de Tepito. Preferí no
acercarme; contrajo el sida hace
tiempo. Me dio gusto que siguiera viva.
Zulma
podía
haber
sido
psiquiatra. Hablaba muy poco, no
cantaba y
pocas veces se levantaba a bailar.
No obstante, por alguna razón
era la preferida de todo cliente
cuando
había que desahogar las penas.
Enfundada en su vestido
blanco de bolitas negras y con los labios
delgados pintados de rojo
carmesí, te
tomaba de la mano y te escuchaba sin
pestañear, como
si estuvieras en una burbuja
o en un confesionario. Tenía
una sabiduría innata para saber si
luego del desahogo requerías una
caricia de novia parvularia o un
apretón en la verga. Luego supe que un
hombre la mató a golpes no
hace
mucho.
Mujeres
admirables las damas de
la noche. Aunque ahora que lo pienso,
no me
explico por qué siempre acaban
tan mal.
C. S.
Líder del sindicato
ferrocarrilero.
Senador de la República
Jorge
Zepeda Patterson. Milena o el fémur más bello del mundo.
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