lunes, 10 de enero de 2011

You don't know me at all

El héroe sin nombre
Francisco Javier Lecombe sintetiza su sabiduría en un núcleo desencantado que enuncia, sin embargo, con una sonrisa de zorro viejo, postrando sin pudor sus dientes amarillentos. No hay forma (dice) de decirle a nadie algo propio sobre la intimidad más profunda porque nadie puede conectarse enteramente con lo más hondo de otro, nadie puede comunicar la oscura intimidad incomunicable de su alma a nadie. Esa intimidad es inconfiscable, incomunicable, esa intimidad es una isla entre islas (dice) y aunque se tiendan puentes entre unas y otras siempre serán puentes de mera superficie.
Rodolfo Rabanal.

domingo, 9 de enero de 2011

Y que conozca las palabras que jamas le voy a decir.

El héroe sin nombre. 
Tal vez la razón de “lo impronunciable” sea el miedo. Porque el amor es, desde siempre, una suerte de garras llenas de discursos inadecuados donde uno de los puntos más altos se sitúa en el capítulo dedicado al compromiso. Palabra esta última con aliento a severidad, palabra que limita y aprueba como si fuera un contrato comercial leonino. Quizás el problema resida, como fatalidad semántica, en el uso abusivo de una palabra que ha sido llevada, por ese mismo exceso, hasta los extremos de su significado, y entonces ya sea difícil encontrarle un sentido. Es posible que decir te amo o la amo, o lo amo, tenga hoy el valor ritual de “lo siento”, “buenos días” o “buena suerte”, meros engrudos de cortesía y buena voluntad. Probablemente, si uno no habla de amor, si uno elude la presión invocativa que el término contiene, quizás esté amando de verdad, y sin “saberlo”, sin “proponérselo”. Paradójicamente, sería preciso entonces no nombrar al amor para que el amor exista. No lo nombremos.
Rodolfo Rabanal.