domingo, 9 de enero de 2011

Y que conozca las palabras que jamas le voy a decir.

El héroe sin nombre. 
Tal vez la razón de “lo impronunciable” sea el miedo. Porque el amor es, desde siempre, una suerte de garras llenas de discursos inadecuados donde uno de los puntos más altos se sitúa en el capítulo dedicado al compromiso. Palabra esta última con aliento a severidad, palabra que limita y aprueba como si fuera un contrato comercial leonino. Quizás el problema resida, como fatalidad semántica, en el uso abusivo de una palabra que ha sido llevada, por ese mismo exceso, hasta los extremos de su significado, y entonces ya sea difícil encontrarle un sentido. Es posible que decir te amo o la amo, o lo amo, tenga hoy el valor ritual de “lo siento”, “buenos días” o “buena suerte”, meros engrudos de cortesía y buena voluntad. Probablemente, si uno no habla de amor, si uno elude la presión invocativa que el término contiene, quizás esté amando de verdad, y sin “saberlo”, sin “proponérselo”. Paradójicamente, sería preciso entonces no nombrar al amor para que el amor exista. No lo nombremos.
Rodolfo Rabanal.

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