Adán Buenosayres
Irresoluto aún, Adán Buenosayres volvió a mirar el reloj fantasmagórico de San Bernardo y la desierta calle Gurruchaga por la que debería regresar. Evocó luego el trabajo que le aguardaba en su laboratorio de torturas, allá, bajo la lámpara maldita y entre objetos estúpidamente familiares. Entonces experimentó un escalofrío de terror que lo hizo aferrarse otra vez al grupo ebrio, a la nave de locos en que venía navegando:
—¡Noche absurda! —volvió a gritar en sus alma—. ¡Noche mía!
Y avanzó entre los demás, como si huyera de sí mismo.
Leopoldo Marechal
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