martes, 5 de junio de 2012

La mamá despreciaba a su cuñado desde el día en que le oyó decir que Voltaire era un físico que había descubierto los voltios.




La vida está en otra parte 
En las paredes de su habitación ya no aparecían colgados los cuadritos con sus frases infantiles (la mamá los había guardado en el armario, con bastante pena de su parte), sino veinte pequeñas reproducciones de cuadros surrealistas que él había recortado de distintas revistas y pegado sobre cartón. En medio de ellas colgaba de la pared el auricular de un teléfono con un trozo de cable cortado (en una oportunidad vinieron a arreglar el teléfono y Jaromil encontró en el auricular descompuesto aquel objeto que, desgajado de su circunstancia diaria, poseía un poder mágico y tenía derecho a ser denominado objeto surrealista). Pero el cuadro al que miraba con mayor frecuencia estaba dentro del marco del espejo que colgaba de la misma pared. No había nada que hubiera estudiado con mayor esmero que su propia cara, nada lo hacía sufrir más y en nada tenía puesta (aunque después de un enorme esfuerzo) tanta fe: se parecía a la cara de la mamá, pero, como Jaromil era hombre, la delicadeza de sus rasgos se notaba mucho más: tenía una nariz hermosa y fina y un mentón pequeño un tanto replegado. Ese mentón le hacía sufrir mucho; había leído en un conocido ensayo de Schopenhauer que el mentón replegado es algo especialmente repulsivo, pues es precisamente el mentón saliente lo que diferencia al hombre del simio. Luego había descubierto una fotografía de Rilke y había comprobado que éste también tenía la misma forma de mentón, lo cual constituía para él un consuelo reconfortante. Se miraba al espejo durante mucho tiempo y vacilaba con desesperación en ese inmenso espacio que separa al mono de Rilke.
Milan Kundera

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