miércoles, 16 de octubre de 2013

1984 was not supposed to be an instruction manual

 La Inmortalidad.
Pasó un par de páginas y se encontró con unas personas desnudas en la playa, un gran titular ESTAS FOTOGRAFÍAS NUNCA FIGURARAN EN EL ÁLBUM DE RECUERDOS DE BUCKINGHAM y un texto breve con una frase final: «...pero allí había un fotógrafo, y una vez más las amistades de la princesa volverán a colocarla en el candelero». Pero allí había un fotógrafo. En todas partes hay un fotógrafo. Un fotógrafo escondido detrás de los arbustos. Un fotógrafo disfrazado de mendigo inválido. En todas partes hay un ojo. En todas partes hay un objetivo. Agnes recordó que una vez, cuando era niña, se había quedado deslumbrada por la idea de que Dios la veía y la veía ininterrumpidamente. Fue entonces cuando sintió por primera vez el placer, la extraña satisfacción que el hombre siente cuando es visto, visto contra su voluntad, visto en los momentos de intimidad, cuando es violado por una mirada. La madre, que era creyente, le decía «Dios te ve» y pretendía así enseñarle a no mentir, a no comerse las uñas y a no meterse el dedo en la nariz, pero ocurrió algo diferente: precisamente cuando se dedicaba a hacer algo malo o vergonzoso, Agnes se imaginaba a Dios y le enseñaba lo que estaba haciendo.
Pensó en la hermana de la reina de Inglaterra y llegó a la conclusión de que hoy el ojo de Dios ha sido reemplazado por la cámara. El ojo de uno ha sido reemplazado por los ojos de todos. La vida se ha convertido enuna única gran orgía en la que todos participan. Todos pueden ver a la princesa inglesa desnuda celebrando su cumpleaños en una playa subtropical. La cámara aparenta interesarse sólo por los famosos, pero basta con que a escasa distancia de ustedes caiga un avión, basta con que de sus camisas salgan llamas para que de pronto también ustedes sean famosos y formen parte de la orgía general, que nada tiene en común con el placer y que se limita a poner públicamente en conocimiento de todos que no tienen dónde esconderse y que cualquiera está a merced de cualquiera.
Milan Kundera.

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