domingo, 18 de septiembre de 2016

¿No sabes que, sin ti, mi corazón es un desierto? Cuando te maten yo moriré cien muertes por la tuya.

Costa Ardiente
Cierto atardecer, ella y Centaine se quedaron atrás, pues O'wa se había adelantado en busca de un sitio donde recordaba que los avestruces solían depositar sus huevos. Las dos discutían amistosamente.
—¡No, no, Niña Nam! ¡No debes sacar dos raíces del mismo lugar! Siempre debes dejar una antes de excavar otra vez. ¡Ya te lo he dicho! —la regañó la anciana.
—¿Por qué? —preguntó Centaine, incorporándose; al apartarse los gruesos rizos de la frente, dejó un manchón sudoroso de barro en la piel.
—Porque debes dejar una para los niños.
—Vieja tonta. No hay niños.
—Ya los habrá. —H’ani señaló significativamente el vientre de la muchacha—. Ya los habrá. Y si no les dejamos nada, ¿qué dirán de nosotros cuando pasen hambre?
—¡Pero hay tantas plantas! — protestó la joven, exasperada.
—Cuando O'wa encuentre el nido de avestruz, dejará algunos huevos. Cuando tú encuentres dos raíces, dejarás una. Así tu hijo crecerá fuerte y sonreirá al repetir tu nombre a sus hijos.

Wilbur Smith.

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