martes, 17 de septiembre de 2013

Como cada día en el infierno me aburría, me fuí de bar en bar.


El viento que arrasa.
Yo nunca había salido del pueblo. Ni tiempo para ir a pescar teníamos. Igual vi de todo mientras trabajé en la fonda. Porque no venían solamente peones. Mi madre cocinaba muy bien y estaba abierto todo el día. Así como venía el changarín, venían los ingenieros del ferrocarril, de las desmotadoras, los dueños de las tierras, el indio que apenas juntaba dos monedas se las chupaba. El alcohol pone a todos los hombres al mismo nivel ¿sabe? Una vuelta se agarraron dos ingenieros que trabajaban en la Chaco. Chupaban whisky como esponjas los gringos. Un whisky que era querosén puro, le garanto. Lo contrabandeábamos de Paraguay, imagínese. Llegaron como amigos y empezaron a tomar. Hablaban en su lengua, así que no entendíamos nada. De golpe, vaya a saber por qué, empezaron a discutir. Mi viejo nunca intervenía hasta que la cosa se pasaba de castaño oscuro. Pero los gringos estos no le dieron tiempo a reaccionar. De repente uno sacó un revólver y le voló la cabeza al otro. Esa noche, como siempre, todos los parroquianos estaban en pedo, pero le juro que todos se pusieron sobrios de pronto. Se quedaron blancos, sentados en las sillas. Parecían fantasmas. Hasta la brasa de los cigarrillos se detuvo. El gringo que había disparado empezó a temblar como una hoja, quería llevarse el caño a la boca y el temblequeo no lo dejaba. Mi padre lo desarmó. Lo llevó hasta la puerta y le dio un empujoncito. Vaya, mister, vaya para las casas y vea lo que hace; le dijo. Después entró y me mando a la comisaría. Salí en la bicicleta, aunque le parezca una salvajada, estaba emocionado, me sentía importante con mi misión. Vino la policía y se llevó el cuerpo. Nadie hizo preguntas. Mi madre limpió la mesa de los gringos y los sesos que habían salpicado en el piso. Mi padre dijo: “la casa invita una vuelta a ver si les vuelve el alma al cuerpo”. En cinco minutos todo se había olvidado y la noche siguió delante como debía ser. Hasta chuparon más que de costumbre, creo que para celebrar que esa vez no les había tocado a ellos.
Selva Almada.

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